domingo, 11 de enero de 2015

Verde que te quiero verde.

Los colores son solo colores. Algo que existe, que nos hace agradable ver las cosas y ya está. Los colores decoran, adornan y ya está. Nunca te preguntarás por qué esa casa es blanca o ese perro es marrón, porque los colores no importan. Quizás te preguntarás cuándo se construyó la casa o cuánto costó, y si ese perro es de raza o puedes acercarte sin peligro. Te preguntarías esas cosas pero, ¿por sus colores? Jamás, porque no son importantes.


No vas por la calle preguntándote sobre la puesta de sol naranja, solo la disfrutas. Y es que jamás te dará por pensar que la puesta de sol tan naranjada en realidad es negra o azul y tú no lo sabes. Porque solo es una puesta de sol y solo es naranja.
Jamás pensarías en esos colores como algo más. Cómo poesía visual. Como susurros o murmullos. Porque los colores son agradables y son bonitos pero nada más.
Sería una locura pensar, cuando veo un árbol, que ese verde es la serenidad y la calma que necesita mi mente. O que el verde de la brizna de hierba mojada por el rocio contiene la vitalidad lenta y paciente que mi alma ansia. Porque el verde solo es un color y  según la persona te agrada más o menos, pero ya está. Nunca se te pasaría por la cabeza que pueda ver en esos árboles, en ese césped o incluso en aquel jersey una fuente inagotable de vida, paciente y poderosa. El poder qué no duda de su efectividad pero que no tiene prisa por gobernar. La justicia hecha color. Una natural y paternal. Ese árbol duradero que te asegura que todo sigue como siempre. Esa fuerza y seguridad que el verde te brinda. Esa brizna de hierba joven y ansiosa. Esa esperanza y revancha que el verde te ofrece. Ese jersey discreto y tímido. Ese miedo y  ganas a destacar que solo en el verde veo.
Pero todo eso son locuras. Porque el verde solo es eso, verde. Y los colores solo son colores.