lunes, 6 de octubre de 2014

El tiempo nos consume como pequeños troncos al fuego; lentamente y alimentando a las llamas que dan vida al universo. Todo transcurre y aunque nosotros paráramos, todo seguiría haciéndolo y es que somos tan necesarios como lo puede ser una hoja en un árbol viejo. Tenemos que rendirnos a la evidencia y es que no significamos nada para la existencia, solo somos residentes del momento que no dejarán rastro y que con el paso del tiempo quedaremos borrados como las huellas que elimina el viento. Aquello que te atormenta hoy, solo será un recuerdo. Esto de lo que te enorgulleces, mañana será una historia que olvidarán tus nietos. Todo es temporal y solo un par de nombres se recordarán, mas aquellos hombres también se obviarán cuando no quede ni uno de nuestra raza que pueda respirar. Somos efímeros, insignificantes, simples guerreros que hacen guerra buscando escribas que marquen sus victorias y adornen las derrotas. Somos simples poetas que sin pluma ni lápiz, escriben historias de amor, odio y traición bajo la luna impasible que fría y lejana nos observa. Somos lo que nunca seremos, siendo lo que negamos ser y sin ser lo que dijimos que seremos. Somos el paso del tiempo, la destrucción y salvación y sobre todo somos estúpidos y egocéntricos. Aquello que será encontrado dentro de decenas de milenios por una nueva raza -o quizás la misma con cabeza de perro- y a nadie le importará este texto. 
Aunque, siendo sinceros, ¿la posee realmente? Eso es irrelevante, ¿alguien se la da, realmente? Eso sigue sin serlo ya que la respuesta es negativa, como mi visión del cielo.